“Esta pequeña obra literaria, UN
MENSAJE A GARCÍA, fue escrita una noche, después de la cena, en una hora. Érase
el 22 de febrero de 1899, natalicio de Washington, y ya íbamos a entrar a la
prensa con el número de marzo de nuestra revista Phillistine. Brotaba candente
de mi corazón, escrita cual fue, después de un pesaroso día dedicado a tratar
de enseñar a ciertos indolentes moradores de la villa a abjurar de aquel estado
comatoso en que se encontraban y a infiltrarles radioactividad.
La idea surgió de una pequeña
discusión, cuando tomábamos el té, en la cual mi hijo Bert lanzó la especie de
haber sido Rowan el verdadero héroe de la guerra de Cuba. Rowan salió solo y
realizó su propósito, llevó el mensaje a García. Cual destello de luz vino a mi
mente la idea. Es verdad, me dije. El muchacho tiene razón, héroe es aquél que
cumple su cometido: que lleva el mensaje a García. Me levanté de la mesa y
escribí UN MENSAJE A GARCÍA. Tan poca fue mi estimación de este artículo, que
se publicó sin encabezamiento en la revista.
Se hizo el reparto y poco después
comenzaron a llegar pedidos de una docena, cincuenta, con ejemplares
adicionales del número de marzo de Phillistine, y cuando la American New
Company, pidió mil ejemplares, pregunté a uno de mis empleados cuál era el
artículo que había levantado tanto polvo cósmico. –Esto de García, me contestó.
Al día siguiente se recibió un
telegrama de George S, Daniels, del Ferrocarril Central de New York, que decía
así: “Comuníqueme precio de cien mil ejemplares artículo Rowan, en forma de
folleto. Anuncio Tren Expreso del Estado Imperial al respaldo. Diga cuándo
puede hacerse entrega.”
Contesté cotizando precio y
diciendo que podía entregarlo en dos años.
Nuestras facilidades eran pocas y
cien mil ejemplares parecía una empresa magna. El resultado fue que le concedí
permiso a Mr. Daniels para que reprodujera el artículo como quisiera. Lo hizo
en forma de folletos en ediciones de medio millón cada una, y además, el
artículo fue reproducido en más de doscientas revistas y periódicos. Ha sido
traducido a todos los idiomas.
Cuando Mr. Daniel, se ocupaba de
la distribución de un MENSAJE A GARCÍA el príncipe Hilakoff, director de los
Ferrocarriles de Rusia, se encontraba en este país. Era huésped de la Compañía
Central del Ferrocarril, Central de New York, y viajó por todo el país
acompañado por Mr. Daniels. El príncipe vio el librito; le interesó; más por el
hecho de que Mr. Daniels lo estaba distribuyendo en tan grandes cantidades que,
probablemente, por cualquier otro motivo.
De todos modos, cuando el
príncipe regresó a su país, hizo que se tradujera al ruso, y se entregara un
ejemplar a todo empleado del Ferrocarril en Rusia. Tras éste vinieron otros
países, y de Rusia pasó a Alemania, Francia, España, Turquía, India y China. Durante
la guerra entre Rusia y el Japón, a todo soldado se entregó un ejemplar de UN
MENSAJE A GARCÍA. Llegaron a la conclusión de que debía ser algo bueno y por
consiguiente lo tradujeron al japonés.
Y por orden del Mikado se entregó
un ejemplar a todo empleado, civil o militar, del gobierno japonés.
Más de cuarenta millones de
ejemplares de UN MENSAJE A GARCÍA han sido impresos. Se dice que ésta es la
circulación mayor en toda la historia que haya tenido un trabajo literario
durante la vida del autor, gracias a una serie de accidentes afortunados. –
H.H.
East Aurora, 1 de diciembre de
1913”.
UN MENSAJE A GARCÍA
En todo este asunto de Cuba hay
un nombre que sobresale en el horizonte de mi memoria, como el planeta Marte en
su perihelio. Cuando se declaró la guerra entre España y los Estados Unidos,
era muy necesario comunicarse prontamente con el jefe de los insurrectos.
Encontrábase García, allá, en la manigua de Cuba, sin que supiera su paradero.
Era imposible toda comunicación con él por telégrafo o por correo. El
presidente tenía que contar con su cooperación sin pérdida de tiempo. ¿Qué
Hacer?
Se trajo a Rowan y se le entregó
una carta que a su vez la entrega a García. De cómo fue que este hombre Rowan,
tomó la carta, la selló en una cartera de hule, se la amarró al pecho, hizo un
viaje de cuatro días y desembarcó de noche en las costas de Cuba en un bote sin
cubierta; de cómo fue que se internó en las montañas y en tres semanas salió al
otro lado de la isla, habiendo atravesado a pie un país hostil, y entregado la
carta a García, son cosas que no tengo deseo especial de narrar en detalle.
Pero sí quiero que conste que MacKinley, Presidente de los Estados Unidos, puso
una carta en manos de Rowan para que éste la entregara a García. Rowan tomó la
carta y no preguntó: “¿Dónde está García?”
¡Loado Sea Dios! He aquí un
hombre cuya figura debe ser vaciada en imperecedero bronce y puesta su estatua
en todos los colegios del país. No es la enseñanza de los libros lo que los
jóvenes necesitan, ni la instrucción de esto o aquello, sino el endurecimiento
de las vértebras para que sean fieles a sus cargos, para que actúen con
diligencia, para que hagan lo que se les pide: Llevar el Mensaje a García.
No hay hombre que haya tratado de
administrar una empresa que requiera mucho personal que, a veces, no se haya
quedado atónito al notar la imbecilidad del promedio de los hombres, la
inhabilidad o la falta de voluntad de concentrar sus inteligencias en una cosa
dada y hacerla.
La asistencia irregular, la desatención
ridícula, la indiferencia vulgar y el trabajo mal hecho, parecen ser la regla
general, No hay hombre alguno que salga airoso de su empresa a menos que,
quiérase o no, o por fuerza, obligue o soborne a otros para que le ayuden, o a
menos que tal vez Dios Todopoderoso, en su bondad, haga un milagro y le envíe
el Angel de la Luz para que le sirva de auxiliar.
Usted, lector, puede hacer esta
pregunta. Se encuentra en estos momentos sentado en su oficina. A su alrededor
tiene seis empleados. Llama a uno de ellos y pídale lo siguiente.”Tenga la
bondad de buscar en la enciclopedia y hágame un memorándun corto de la vida de
Correggio.”
Cree que el empleado contestará:
“Sí, señor”, y se marchará a hacer lo que usted le dijo?
Nada de eso. Lo mirará de soslayo
y le hará una o más de las siguientes preguntas:
¿Quién era Correggio? ¿En cuál
enciclopedia? ¿Dónde está la enciclopedia?, ¿Acaso fui empleado yo para hacer
eso? ¿No querrá decir usted Bismarck? ¿Por qué no lo hace Carlos? ¿Murió? ¿Hay
prisa para eso? ¿No sería mejor que le trajera el libro y usted mismo lo
buscará? ¿Para qué quiere usted saberlo?
Y me atrevería a apostar diez
contra uno, que después que haya contestado el interrogatorio y explicado la
manera de buscar la información que necesita y por qué la necesita, su empleado
se retirará y obligará a otro compañero a que le ayude a encontrar a GARCIA,
regresando poco después diciéndole que no existe tal nombre . Desde luego,
puede darse el caso de yo pierda la apuesta, pero según la ley de promedios, no
debo perder.
Ahora bien, si usted sabe lo que
tiene entre manos, no debe molestarse en explicar a su auxiliar que “Correggio”
está indicado con “C” y no con “K”, sino que sonriente y de buen humor le dirá:
“Está bien, déjelo", y dicho esto se levantará y lo buscará usted mismo.
Y esa incapacidad para obrar
independientemente, esa estupidez moral, esa deformidad de la voluntad, esa
falta de disposición para hacerse cargo de una cosa y realizarla, ésas son
cosas que se ha propuesto para el largo plazo, en el futuro, el socialismo
puro. Si los hombres no actúan por su propia iniciativa por sí mismos, ¿que
harán cuando el producto de sus esfuerzos sea para todos? La fuerza bruta
parece necesaria y el temor a ser “rebajado” el sábado a la hora del cobro,
hace que muchos trabajadores o empleados conserven el trabajo o la
colaboración.
Anuncia buscando un taquígrafo, y
de 10 solicitantes, nueve son individuos que no tienen ortografía, y lo que es
más, individuos que no creen necesario tenerla. Podría esta persona escribir Una
Carta a García.
-Mire usted - me decía el gerente
de una gran fábrica - mire usted aquel tenedor de libros.
-Bien, ¿qué le pasa?
Es un magnífico contador, más si
le manda a hacer una diligencia tal vez la haga, pero puede darse el caso de
que entre en cuatro bares antes de llegar, y cuando llegue a la calle principal
ya no se acuerde de lo que le dijo.
¿Puede confiar a ese hombre que
lleve un mensaje a García?
Recientemente hemos estado oyendo
conversaciones y expresiones de muchas simpatías hacia “los extranjeros
naturalizados que son objeto de explotación en los talleres”, así, como hacía
“el hombre sin hogar que anda errante en busca de trabajo honrado” y junto a
esas expresiones con frecuencia se emplean palabras duras hacia los hombres que
están en el poder.
Nada se dice del patrón que se
aventaja antes de tiempo, tratando en vano de inducir a los eternos disgustados
y perezosos a que hagan un trabajo a conciencia, ni se dice nada del mucho
tiempo ni de la paciencia que ese patrón ha tenido buscando personal que no
hace otra cosa sino “matar el tiempo” tan pronto como el patrón vuelva la
espalda.
En todo establecimiento y en toda
fábrica se tiene constantemente en práctica el procedimiento de selección por
eliminación. El patrón se ve constantemente obligado a reducir personal que ha
demostrado su incompetencia en el fomento de sus intereses, y a tomar otros
empleados, sin importar que los tiempos sean buenos. Este procedimiento de
selección sigue en todo tiempo y la única diferencia es que cuando las cosas
están mal y el trabajo escasea, se hace la selección con más escrupulosidad,
pero sin duda el incompetente y el inservible es el que tiene que salir de
cualquier organización si se desea mantener la salud en la empresa. Por interés
propio, el patrón tiene que quedarse con los mejores, con los que pueden llevar
un mensaje a García.
Conozco a individuos de aptitudes
verdaderamente brillantes, pero sin la habilidad necesaria para manejar su
propio negocio, y desde luego completamente inútil es para cualquier otro,
debido a la insana sospecha que constantemente abriga de que su patrón le
oprime o trata de oprimirle. Sin poder mandar no tolera que se le mande. Si se
le diera un mensaje para que lo llevara a GARCÍA, probablemente su contestación
sería: “Llévelo usted mismo”.
Hoy ese hombre anda errante por
las calles en busca de trabajo, teniendo que sufrir la inclemencia del tiempo.
Nadie que le conozca se ofrece a darle trabajo, puesto que es la esencia misma
del descontento. No entra por razones y lo único que en él podría producir
algún efecto sería un buen puntapié salido de la punta de una bota del número
nueve, de suela gruesa. Sé en verdad, que un individuo tan moralmente deforme
como ése, no es menos digno de compasión que el físicamente inválido; pero en
nuestra compasión derramaremos también una lágrima por aquellos hombres que se
encuentran enfrente de grandes empresas, cuyas horas de trabajo no están
limitadas por el sonido de salida del silbato, cuyos cabellos prematuramente
encanecen en la lucha que sostienen contra la indiferencia zafia, contra la
imbecilidad crasa y contra la ingratitud cruenta de los otros, quienes, a no
ser por el espíritu emprendedor de aquellos, andarían hambrientos.
Diríase que me he expresado con
mucha dureza. Tal vez sí, pero cuando el mundo entero se ha entregado al
descanso yo quiero expresar una palabra de simpatía hacía el hombre que sale
adelante en su empresa, hacía el hombre que, aun a pesar de grandes
inconvenientes ha sabido dirigir los esfuerzos de otros hombres y que, después
del triunfo, resulta que no ha ganado nada más que su subsistencia.
También yo he cargado mi lata de
comida para el taller y he trabajado a jornal diario, y también ha sido patrón
y sé que puede decirse algo de ambos lados.
Hay excelencia en la pobreza ”per
se”. Los harapos nos sirven de recomendación, no todos los patrones son capaces
y tiranos y no todos los pobres son virtuosos.
Mis simpatías todas van hacia el
hombre que hace su trabajo cuando el patrón está presente, como cuando se
encuentra ausente. Y el hombre que al entregársele una carta para GARCÍA,
tranquilamente toma la misiva, sin hacer preguntas idiotas, sin intención alguna
de arrojarla a la primera alcantarilla que se encuentra a su paso o de hacer
cosas que no sea el entregarla al destinatario. Ese hombre no se queda nunca
sin trabajo, ni tiene que declararse en huelga para que se le aumente el
sueldo. La civilización busca ansiosa, insistentemente, a esa clase de hombres.
Cualquier cosa que ese hombre pida, la consigue. Se le necesita en toda ciudad,
en todo pueblo, en toda villa, en toda oficina, tienda y fábrica y en todo
taller.
El mundo entero lo solicita a
gritos, se necesita con urgencia al hombre que pueda llevar UN... MENSAJE A
GARCIA.
Autor: Herbert Hubbert